Hay un dicho en Roma que afirma que lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini, en relación al salvaje comportamiento que tuvo esta familia noble con los monumentos de la Ciudad Eterna, a los que arrancaron sin miramientos piedras, esculturas, mármoles y bronces de la Antigüedad para decorar sus viviendas particulares.
En Medina de Rioseco podríamos decir que hemos tenido nuestros propios Barberini. No hemos necesitado bábaros extranjeros porque nosotros mismos nos hemos bastado para socavar nuestro patrimonio artístico a lo largo de los siglos, por codicia, por dejadez o por ignorancia. El derribo de la iglesia románica de San Miguel, el del templo de Santa Ana, el de los restos del Palacio de los Enríquez, la demolición de centenares de viviendas tradicionales y de casonas señoriales, el robo de la biblioteca del monasterio de San Francisco tras la exclaustración, son sólo algunos de los muchísimos ejemplos.
Uno de los casos de monumenticidio más escandaloso fue la desaparición del Arco de San Francisco. Apenas conocemos de él unos pocos datos documentales que nos pueden dar idea de la imagen que presentaba, esto y un grabado de Sierra, publicado en el Semanario Pintoresco Español, en uno de los artículos del riosecano Ventura García Escobar.
Precisamente el escritor local, que llegó a conocerlo en pie, lo definió como "suntuoso" y de "gusto romano". Por esas fechas, a mediados del siglo XIX llamaba poderosamente la atención de todos los viajeros, pero ya se encontraba en situación de ruina inminente. El estado de abandono fue denunciado por diversos particulares, como el propio García Escobar, y algunas instituciones, como la Academia de Bellas Artes y la Universidad de Valladolid, que en repetidas ocasiones llamaron la atención sobre su lamentable estado y urgieron al Ayuntamiento una reparación inmediata. A pesar de las continuas y numerosas peticiones, el Consistorio decidió ignorar la urgencia y condenó al famoso arco a una ruina irremisible.
El 11 de enero de 1863, en el diario La Correspondencia de España, se recogía la noticia de su desparición con esta reseña:
aunque la Sociedad Castellana de Excursiones lo citaba ya a finales del año anterior como demolido.
El suntuoso Arco estaba situado al final del Paseo de San Francisco, junto al Puente Mayor. No era una puerta defensiva, sino fiscal y formaba un original recodo con el Arco de Toro, dando uno salida a Valladolid y el otro al camino que llegaba hasta la localidad zamorana.
Su construcción fue ordenada por el municipio en el año 1672 a los maestros Cristóbal Jiménez y Juan de Iriarte, que recibieron por su trabajo la cantidad de 6.000 reales. Estaba realizado en sillería y constaba de un arco de medio punto en la parte inferior y en la superior de un cuerpo rematado por un frontón, con tres escudos (el del Almirante de Castilla y dos de la propia ciudad), flanqueado por dos aletas unidas a pilastras con remate de bolas, todo ello con recargada decoración barroca.